17 nov 2008

UNIDAD DE INSTRUCCIÓN







Hasta llegar a Ceuta nos habían tratado con correcta dureza, pero la línea de conducta de los instructores, cambió nada más tocar tierra el barco. Con prisas, empujones y malos modos nos volvieron a subir a unos camiones militares que nos llevaron a García Aldave, sede de la IV bandera de la Legión y a su vez unidad de instrucción del Tercio Duque de Alba,II de la Legión.
Nos hicieron bajar de los camiones a golpe de pito, pegándonos con cimbreantes ramas, que silbaban al viento y que te dejaban verdugones allá donde se encontraban con tu piel.
Nos metieron en unos barracones alargados y viejos, donde nos asignaron cama y taquilla. Los primeros momentos fueron de desasosiego, añoranza de la familia y amigos, dar vueltas a la cabeza preguntándome, ¿donde me he metido?.
Poco a poco, vas encontrando tu sitio, conoces a nuevos compañeros y entablas amistades que esperas que duren todo el tiempo que debes pasar en “cautividad”. Nuestros mandos e instructores nos volvieron a leer la cartilla de forma imperativa, advirtiéndonos que estábamos a escasos metros de la frontera de Marruecos, de las graves consecuencias de una deserción y de caer en manos de los militares marroquíes.
Como carente de sentido, por su posición geográfica, Ceuta es zona montañosa y verde, muy diferente a como había creído que sería. El acuartelamiento estaba rodeado en gran parte por una zona boscosa.
Para las imaginarias nombraban a dos legionarios que se relevaban cada dos horas, nos daban solamente un machete y uno la hacía en el barracón y otro en el patio, zona donde no había vallas de protección y muy poca iluminación. Si alguien quería entrar lo tenía bastante fácil. Estas imaginarias exteriores te ponían los pelos de punta por no saber lo que pasaba a escasos metros. Algunas veces pasaba la guardia de la bandera haciendo un recorrido por todos los puestos, pero en vez de apoyarte y darte ánimos, te lo ponían más crudo, explicándote historias fantásticas de cosas que habían pasado anteriormente y gorreándote tabaco y mechero.
Por la noche, todo a oscuras y a escasos metros, se oían ruidos, eran marroquíes que pasaban la frontera con bultos para trapichear en Ceuta. Algunas veces se oían tiros de algún legionario del acuartelamiento que hacía guardia y que daba el alto, pero que al no recibir respuesta vaciaba el cargador; por la mañana aparecía algún animal muerto.
Desde el patio de la unidad de instrucción se divisaba el estrecho de Gibraltar, veías llegar y partir “ la paloma ”, el ferry que une los dos continentes, y la añoranza se apoderaba de ti conforme iban pasando los días. En los ratos libres los reclutas escribíamos cartas a nuestros familiares, explicando lo inexplicable ¿Qué se nos había perdido en el Tercio?, y tranquilizándoles, pero sin duda los que peor lo pasaban eran los que habían dejado a la novia en la península.
Nos dividieron en pelotones de unas 15 personas al mando de un cabo primero o un sargento, ayudados por instructores que llevaban galones de cabo sin serlo, eran voluntarios de tres años que estaban bien vistos por sus mandos en la compañía, y como premio los mandaban a la unidad de instrucción rebajados de servicio de armas. Comenzamos la instrucción, marcando el paso y poco a poco se fue endureciendo el entrenamiento. Mi pelotón estaba al mando de un Cabo Primero, “chusquero”, que debo reconocer que era un instructor de primera y sabía mandar a la perfección. Los que fallaban no debían pensar lo mismo, pues eran maltratados por él, física y psíquicamente: recibían desde insultos hasta secos y dolorosos golpes en el pecho, también era habitual empezar la instrucción y el primero que fallaba, lo ponía en cuclillas con el cetme por encima de la cabeza en la orilla de un pequeño precipicio, de unos quince metros de profundidad, y de un empujón con el pie bajaba rodando toda la pendiente.
Estos maltratos que la mayoría no acababan de entender por no ser cosa habitual en su vida cotidiana, terminaban por ser aceptados; y se hacía lo imposible para que no le tocaran en suerte a uno mismo. Algunos, acostumbrados a ser respetados en la vida civil, como le pasó a un recluta, boxeador profesional, no toleró que un instructor le golpeara sin razón, se volvió y de un puñetazo le rompió la nariz. Fue arrestado y conducido a prisión, por culpa de un mamón sin dos dedos de frente al que se le habían subido los galones...
Los días pasaban entre teoría e instrucción. Un día, sin previo aviso, nos dijeron que saldríamos a dar un paseo por el monte. Íbamos maqueados en ropa de faena. Al salir del acuartelamiento nos dijeron que nos desplegásemos porque íbamos a desarrollar una clase práctica de toma de un puesto de mando enemigo; pero lo bueno es que no nos dijeron dónde estaba el supuesto puesto de mando. Me tocó en un extremo del grupo desplegado, y el sargento, a toque de pito, te avisaba para que corrieras, sin saber hacia dónde, y para que te despanzurraras contra el suelo, al siguiente toque de pito. La zona por donde yo avanzaba era muy escabrosa y me magullé varias veces por caídas y “barrigazos”. Perdí la cartera y las llaves; me tiré donde creía que había solo hierba; pero debajo había un charco... Una tarde inolvidable, muy recomendable para los que se aburren en casa.
Pasaron las semanas y entre la comida tan mala que ponían y tanto ejercicio había perdido ocho kilos y parte de mi dignidad, pues solo éramos carne de instrucción. También es justo decir que sin una instrucción tan severa hubiéramos llegado a las compañías sin la suficiente preparación y quizás hubiera sido peor.
Por fin juramos bandera, después de dos meses y medio de despropósitos y diversas barbaridades y nos permitieron volver a casa durante dos semanas.

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